Durante estos días hemos alcanzado el surrealismo al debatir sobre la viabilidad de pagar por hacer prácticas. Es decir: hemos debatido sobre si es correcto pagar por trabajar, que suena aún peor. Lo que me hace intuir que ya no es suficiente con que los estudiantes tengamos que rogar prácticas como zombies sedientos de experiencia. O que tampoco sirve de nada que de por sí no nos paguen. Porque si alguno de mis compañeros tiene suerte y cobra, significa celebración. Y si llega a los 300 € mensuales, pues aún más.
Porque nos pagan con experiencia y curriculum. Pero tengo colegas con un gran curriculum y ni un euro para pagar el alquiler. Ni falta que hace poner ejemplos externos cuando este que aquí escribe ha trabajado de madrugada, ha ido a buscar noticias y exclusivas, ha sufrido y llorado las grandes desilusiones del periodismo; y todo por cero euros.
En mi caso aprendí la lección, ya no es necesario que se me riña. Confesaré que, de todas maneras y a diferencia de muchos, yo sabía dónde me metía: si mi intención principal hubiera sido ser rico jamás hubiera querido ser periodista. Pero de no ser rico a que se me cobre por trabajar existe una línea roja que estos días he visto pasar con el falaz discurso de «lo que cuesta formar a alguien». Porque lo vemos como si no fuera un derecho. Ni tampoco hemos sido capaces de diferenciar al profesor de la universidad, donde sí pago para recibir una formación, al jefe de informativos que su trabajo nunca ha sido estar corrigiendo y, por ende, apenas lo hará.
Propongo realizar una simulación: imaginemos por un segundo que todos los estudiantes debemos pagar para tener acceso a unas buenas prácticas. ¿Dónde quedaría aquella absurda meritocracia que tanto nos gusta poner en el cielo? Siempre convirtiendo la educación y el aprendizaje —nuestro bien más preciado— en un elitismo donde solo aquellos con capacidad económica pueden acceder a las grandes cabeceras.
No es algo que nos quede lejos, no al menos en el periodismo, donde los grandes medios venden másteres con prácticas internas a precio de oro. Si usted tiene dinero, usted puede sentirse uno de los nuestros. Al menos por unos meses. Todo para acabar aprendiendo cómo lloran los periodistas de verdad: trabajando mucho, cobrando poco. Y si nos dejamos también pagando por trabajar.
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